jueves, 17 de marzo de 2011

El mundo y Japón


POR EL HIJO DEL SANTO
Primera caída: El poder del hombre en el mundo.     
Escuchar los nombre de países como Egipto, Argelia, Túnez, Bahrein o Libia y la terrible situación de violencia que hoy viven es algo que me impacta y me llena de impotencia, ya que no es posible hacer algo para ayudar a revertir los estragos del exceso de poder y las malas políticas que han llevado a los habitantes de estas naciones, a rebelarse a costa de la vida misma. Yo no he estado en ninguno de esos países, pero eso no implica que esté ajeno a lo que está sucediendo, que me duela ver a familias enteras destruidas por las balas. Veo el hambre en los rostros de los pobladores que deambulan por las calles de esas lejanas ciudades, veo la sed de justicia y veo que ya ni siquiera importa perder la vida con tal de dejar de vivir en la miseria y desolación, mientras una minoría goza de los beneficios y las riquezas de esos países. Si es que hablamos del petróleo, por ejemplo, pareciera que estas historias no tienen fin y que el camino será aún más largo. Algo que me impacta aún más es que todas estas historias de terror son totalmente provocadas, al igual que en México, por la mano del hombre. Basta ver los noticieros, escuchar la radio, leer los diarios capitalinos o introducirnos en las redes sociales para comprobar que el hambre, la injusticia, la pobreza, el poder y la muerte también en nuestro bello país están presentes.                                                         
Segunda caída: El poder de la naturaleza.                                                                                                     
Parece ser que al hombre no le basta ver lo que la naturaleza es capaz de hacer cuando nos reclama todo el daño que le hemos hecho al planeta Tierra. La tragedia que hoy vive Japón ha conmovido al mundo entero, no así a los eternos inconscientes ambiciosos que continúan luchando por el poder. Lo que se vivió el viernes pasado en ese país nipón fue obra de la naturaleza y ha cobrado más vidas de lo que podamos imaginar; lamentablemente, por ser un desastre natural, es algo que el hombre no puede evitar, como la guerra, pero en fin.                                                                Japón, con sus errores y aciertos como nación, no deja de ser un país amistoso, hospitalario, trabajador, pacifico, lleno de cultura, historia, de milenarias tradiciones y costumbres impregnadas de fe, en donde el luchador mexicano es muy querido y respetado gracias a su talento y profesionalismo, siendo nuestro máximo embajador, hasta el día de hoy, Mil Máscaras.  Él fue el encargado de abrir las puertas de este maravilloso país en la década de los setenta y quien, después de enviudar, formó una nueva y hermosa familia con una mujer japonesa.   
Tercera caída: El poder de la buena lucha libre.
Así como Mil Máscaras, yo y seguramente muchos de mis compañeros que hemos visitado Japón, lo que hoy está sucediendo nos tiene sumamente consternados, ya que ese lejano país nos ha brindado su cariño, admiración y respeto a través de nuestro deporte, en el cual ha habido permanentemente un constante intercambio de talento, logrando con ello que existan fuertes lazos de amistad, el hecho de que tengamos entrañables amigos nipones cambia nuestros sentimientos hacia ese pueblo. Es verdaderamente una tragedia lo que están viviendo, independientemente que al día de hoy esté cerca, sea una catástrofe que nos podría incluir al mundo entero. En lo personal es una tristeza mayor, ya que tengo bellos e inolvidables recuerdos de Japón, desde muy bonitos hasta muy tristes. Es un país muy significativo para mi personaje, por ejemplo, mi padre jamás lo visitó y, sin embargo, tanto El Santo como El Hijo del Santo, son conocidos, respetados y admirados. Es un país que he recorrido en compañía de mis compañeros mexicanos, con los que he saboreado el triunfo al conquistar a su exigente público y en donde a pesar de estar juntos hemos convivido con la soledad y la nostalgia en las extensas giras; recuerdo cuando murió mi hermano Héctor, nevaba, nos encontrábamos en el norte de la isla y por cuestión de tiempo, aunque lo intentara, no llegaría a su funeral, además de que no me atrevería a dejar abandonado mi trabajo y el de toda una empresa que me había contratado, así que el duelo fue duro. También he tenido la fortuna de disfrutar y recorrerlo con mi bella familia, siempre acompañados por excelentes anfitriones, entre ellos periodistas como Nao Nakano y luchadores como Nosawa, Gran Sasuke y mi querido Ultimo Dragón, hasta grandes aficionados como Imaí y mi queridísimo amigo Kenichi Tsuchiya que nos llevó a conocer rincones maravillosos, templos en la lejanía, la comida y sobre todo nos mostró sus costumbres, no como turistas, sino como parte de ellos, el japonés es celoso de sus espacios y la convivencia, pero con él vivimos mi familia y yo una temporada sintiendo lo caluroso que pueden ser a pesar de que aparentan distancia y cierta frialdad con la gente, incluso entre ellos. Recuerdo que cuando nos despedimos, Kenichi dejó asomar unas lágrimas de sus rasgados ojos al igual que mis hijos que le tomaron un gran cariño,  afortunadamente hoy estoy en contacto con él y sé que está bien. También recuerdo, como si fuera ayer, mis presentaciones en lugares muy importantes como el Tokio Dome, donde di una de mis mejores luchas al lado de Mil Máscaras ante 50 mil personas, no hace mucho tiempo también realicé una gira y estuve nuevamente en el Korakuen Hall, que por lo que escucho, hoy se encuentra con algunos daños. Entre muchos otros lugares, el domingo 10 de noviembre de 1996, me presenté en el Navaha Town de Fukushima, ciudad hoy desolada a causa de las explosiones en la central nuclear y que al parecer están fuera de control a causa del terremoto y el tsunami del pasado día 11. Japón demuestra que ni la hiper tecnología ni un elevado nivel de desarrollo, convierten al ser humano en dueño de su destino: Rosa Montero, El País.
Nos leemos la próxima semana para que hablemos sin máscaras.

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